Que Alan García es el presidente de los ricos no es novedad alguna. Las únicas personas que se podrían rajar las vestiduras con tal afirmación son: un aprista, una dama residente de Los cóndores y un aprista que no se alucina aprista (de los que hay muchos por ahí). Las causas son muchas y muy conocidas, el principal de ellos es que el crecimiento económico no llega a los más pobres y que este malestar se manifiesta en todas las revueltas y manifestaciones que ha habido desde que comenzó la segunda era Alan. Pero, ¿no es que acaso este es un fenómeno natural? Es decir, ¿acaso un presidente no siempre termina siendo el presidente de los ricos?
El problema del Perú es que la administración ilustrada que maneja el país nace con la mentalidad maximizadora de beneficios, al muy puro estilo paretiano, es decir, a costa de quien sea, los pobres peruanos. Sin ánimos de entrar en temas ideológicos económicos, creo que el problema no es el sistema, el problema son los peruanos. Que levante la mano quien nunca ha hecho un acto corrupto. Todos pueden afirmar que el otro es corrupto, pero todos también saben que en el fondo si tuvieran la oportunidad de ganarse un “extra”, también lo harían.
Alan García gobierna con el APRA, el único partido del Perú, pero a su vez el menos preparado para gobernar. Sus manejos políticos son excelentes y admirables, su capacidad de negociación criolla formidable, pero su gestión pésima. No tienen capacidad de gasto, sus habilidades de negociación con las centrales sindicales son pésimas y sus preferencias partidarias son tercas (¿alguien dijo Alva Castro?). Al no poseer habilidades necesarias para dirigir un país tienen que recurrir a la clase preparada para ello, es decir, ¿quienes? la gentita. No sólo los ricos, sino todos aquellos que quieren serlo. Total, ¿quién no quisiera serlo? El detalle está en que si vas a hacerla, hazla bien. En cambio ellos la hacen mal y con roche.
Lourdes flores niega haber sido la candidata de los ricos. Tal vez ella no sea la candidata, pero su lista presidencial era de hecho la lista de los ricos y gracias a Dios que no ganó. Admitó que si me hubiera tocado votar lo hubiera hecho por ella, pues tenía el plan de gobierno más sincero que los demás (no el mejor), pues como vemos al final Alan lo cumple a puño y letra. El problema lo tiene su partido. Ahora ya sabemos la calidad de gente que tenía a su costado y que hubieran sido un peligro manejando la administración pública (imagínense a Antero de primer ministro, a Waisman en Educación y a Rey de ministro de la mujer, ¡toco madera!). De lo que estoy seguro es que la economía hubiera caminado igual, y el tema social hubiera sido manejado de una mejor forma, no tan eficiente pero mejor de todas formas, pues su gente de
¿Ollanta Humala? Sin comentarios. De sólo pensar en eso terminaría durmiendo con la luz prendida por varias noches.
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Una de las reglas básicas de cualquier curso sobre finanzas es que uno debe invertir el excedente de sus recursos, es decir, el dinero que no utiliza (sus ahorros). Esto se aplica cuando ya se han cubierto todos sus gastos vitales y se tiene un “guardadito” el cual se puede invertir en un instrumento que más se asemeje a nuestros gustos y preferencias. El problema económico aparece cuando uno fuerza el ahorro, obviando o ajustando gastos necesarios y vitales. El problema aparece cuando el Perú ahorra y se enorgullece de tal hazaña ante televidentes que no pueden salir en fiestas patrias porque ni sus ahorros les alcanzan para salir, además que no tiene cable y tienen que ver un discurso de 1 hora y 46 minutos.
La verdad que no vi el mensaje entero, apenas prendí la tele para “tratar” de aliviar el enorme dolor de cabeza que tuve por una reunión un día antes. No presté mucha atención sólo hasta que lo escuche hablar del superávit fiscal. Bueno, me imaginaba que, al igual que muchos, haría un mea culpa sobre tal cifra (3.1% sobre el pbi en el 2007, es decir, 6029 millones de soles). Pero no, me equivoque. Este señor se enorgulleció de tal cifra, acompañándola de más numeritos que la verdad no escuche por la conmoción. ¿Superávit fiscal en el Perú? Como dice Alfredo Ferrero, en Finlandia o Suecia te lo paso, pero en el Perú es elogiar que se haya guardado dinero cuando hay miles de cosas que hacer (miles de excluidos que se sienten más excluidos si se les llama así).
Básicamente, el superávit (o el déficit) se origina cuando hay un desfase entre los montos presupuestados y los reales. El problema está en que con los ingresos no hay problema, crecen (a tasas muy bajas dicho sea de paso, apenas 4.7% en el 2007 respecto al 2006, y un año antes a 4.5%), el problema está con el gasto. No es para nadie un secreto que el Gobierno de García no sabe gastar. Parece fácil, no lo es. No se trata de comprar lo que sea. El sistema nacional de inversión pública, ajustado a estándares internacionales para un correcto uso del dinero de todos, resulta demasiado “exigente” para las mentes preparadas de todos los organismos públicos. El gobierno apenas invirtió 1.8% en el 2007 más que el 2006.
Ahora, no toda es culpa de la administración central, los gobiernos regionales tienen mucha culpa de este superávit. No tienen la capacidad profesional ideal para crear proyectos de inversión eficientes para el SNIP, que puedan ser aprobados. Resulta sumamente gracioso ver a García en un comercial de televisión felicitando a Alva Castro por los patrulleros comprados, cuando al que tiene que agradecer es
También hay superávit de la balanza de cuenta corriente (3.0% en el 2006 y 1.4% en el 2007). Esta brecha externa, sumado al superávit fiscal, nos indica la existencia de un superávit privado. La inversión privada no crece lo suficiente para ajustar un crecimiento de la oferta a la demanda interna. Es decir, si el Gobierno gastaba ese superávit es muy posible que la demanda se hubiese disparado más, incrementando la brecha. Pero está no sabemos certeramente si fue una política prevista. Personalmente no lo creo. La única razón del aumento de ese superávit es la incapacidad de gasto. De apoyo a los gobiernos regionales. Ellos no pueden gastar un sol sin sustentarlo previamente. Solución: ¿mandar economistas a las regiones? No se si sea la única, pero es una muy buena oportunidad de trabajo al menos.
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Cuando empecé a estudiar economía, era imprescindible manejar ciertos términos. Uno de ellos era, aunque parezca risible, saber que es la economía. Manejaba mis definiciones que me dio la pre, pero los profesores me pedían algo más. Es entonces que tuve mi primera práctica calificada sobre los diez principios de la economía, del libro de Mankiw. Este señor define la ciencia de mis ojeras como el modo en que la sociedad gestiona sus recursos escasos. Aquí comienza todo.
En términos generales, la economía busca asignar eficientemente los recursos. Este término, eficiencia, es el que más controversia causa. Los economistas nos clasificamos en dos tipos: positivos y normativos. Los positivos son los que generan ciencia y teoría (últimamente más teoría que ciencia) y están ligados al término eficiencia íntegramente. Son los que han creado los teoremas, leyes y todo lo que los economistas estudiamos toda una vida. Los normativos son los que nos dicen como deben ser las cosas. Su fin es más social y empírico. Son pocos. Los primeros, gracias al avanze del último siglo, se apoyan en la lógica matemática para fundamentar sus aciertos. El único objetivo que buscan es crear ciencia. Los otros no siempre tienen un armazón matemático amplio, pero si basan sus ideas en lo que los positivos han encontrado. Por ejemplo, la ley de la demanda es una teoría positiva indiscutible. La discusión acerca de su funcionamiento dentro de la sociedad (llámese regulación en algunos casos) ya no compete a un análisis científico.
Ya aquí se observa una respuesta a nuestra pregunta inicial: la economía no es justa, pero busca serlo. No lo fue antes aunque trata de serlo ahora. El término eficiencia se refiere a asignar los recursos que tenemos a los agentes económicos (familias, empresas o gobierno) que mejor lo sepan aprovechar. Es decir, si tenemos 100 soles y dependiendo de los planes que tengan, un economista busca maximizar ese recurso, pues es escaso. También buscamos el equilibrio, no social sino económico. Asumimos que todos estarán contentos con este equilibrio. Se supone que es cierto, el “pequeño” detalle es que nunca estamos en equilibrio porque nadie sabe cuál es.
El señor Pareto nos da otra idea: el bienestar de alguien puede mejorar si empeora el de otra persona. Más claro que esto no hay. Nosotros buscamos la eficiencia, asumiendo que así todos serán felices. ¿Se puede medir la felicidad? Claro que no. En la mayoría de los casos, creemos que depende de cuanto consumamos. No queremos al gobierno. Para un economista, el gobierno no debería existir, pero lo necesitamos si queremos mejorar y empalizar a nuestra carrera con la sociedad. Nosotros creamos modelos que intentan replicar la realidad, cada vez mejores dicho sea de paso. Tiene lo más último en análisis matemático. Somos una ciencia social, cliché que tendremos por siempre pues nuestro objeto de estudio es la sociedad, aunque nos sentimos orgullosos de ser la más eficaz en analizarla (sorry a los antropólogos, sociólogos y todos los que sólo llevan estadística descripitiva).
Para nosotros, las personas no se cuentan por una. Son todos. No queremos saber cuántos son exactamente. Queremos saber que porcentaje son. No es una crítica. Esto nos da mayor facilidad de análisis y además no es una ciencia perfecta. Tampoco somos inhumanos porque no seamos justos. Simplemente que nuestro trabajo busca hacer feliz a la gente (era un objetivo tácito), induciéndola a sacar el máximo provecho a lo que no tienen, tratando de convencerla que eso es lo mejor. El problema es que la gente nunca está contenta con lo que tiene, quiere más. La economía, tal como lo definen los clásicos, ya no tiene como único objetivo asignar eficazmente los recursos, también ahora tenemos que hacer que nuestro objetivo “tácito” sea el principal. Vaya trabajo que nos toca.
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